Federico García Lorca

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Federico García Lorca en el Club Español – Parte 1

Federico García Lorca en el Club Español – Parte 2

Federico García Lorca en el Club Español – Parte 3

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Homenaje a García Lorca a 85 años de su visita a Rosario

El grupo Festiva Farándula Lorquiana realizará una intervención teatral basada en el libro García Lorca, el duende de Rosario. Este martes a las 19.30 en el Club Español, Rioja 1052. Gratis

Este martes a las 19.30, en el Club Español de Rosario (Rioja 1052), se realizará una intervención teatral basada en el libro García Lorca, el duende de Rosario, de Daniel Feliú, que publicó Baltasara Editora. La entrada a la actividad es libre y gratuita.

Los días 22 y 23 de diciembre de 1933, Federico García Lorca visitó Rosario. El hombre que aún no era un mito caminó por sus calles y recorrió diversos lugares de la ciudad.

Al cumplirse 85 años de aquella visita, el grupo Festiva Farándula Lorquiana vuelve a uno de los lugares emblemáticos que conoció: el Club Español, donde el poeta tocó el piano y cantó.

Los actores Jorgelina Rojo, Nicolás Terzaghi y Daniel Feliú pondrán en escena los momentos más significativos de aquel viaje a través de una intervención teatral basada en el libro que recupera la memoria de aquella visita del poeta a nuestra ciudad.

También participará Liliana Ruiz, editora del libro, quien junto al autor rendirá homenaje al poeta en el 120° aniversario de su nacimien

A 85 años de su paso por Rosario

La ciudad revive la visita de García Lorca

El grupo Festiva Farándula Lorquiana presenta una intervención teatral en homenaje al escritor español

 

La magia y poesía del reconocido dramaturgo Federico García Lorca se respirará el martes en el aire de la ciudad al cumplirse 85 años de la visita del español a Rosario. El hombre que aún no se había transformado en un mito caminó por sus calles y recorrió diversos lugares el 22 y 23 de diciembre de 1933, tres años antes de ser asesinado en Granada.

Claro que el arte local no pasará desapercibido ese aniversario: el grupo Festiva Farándula Lorquiana volverá a uno de los lugares emblemáticos que conoció: el Club Español, donde el poeta tocó el piano y cantó. Los actores Jorgelina Rojo, Nicolás Terzaghi y Daniel Feliú serán los encargados de poner en escena los momentos más significativos de aquel viaje a través de una intervención teatral basada en el libro que recupera la memoria de aquella visita del poeta.

También estarán presentes en la velada Liliana Ruiz, editora del libro García Lorca, el duende en Rosario, quien junto al autor, Feliú, rendirá homenaje al poeta en el 120° aniversario de su nacimiento.

Visitante ilustre

A Federico García Lorca lo trajo al país el estreno de Bodas de sangre, fue así como el poeta y dramaturgo más influyente de la literatura española del siglo XX visitó algunos rincones de la ciudad, caminó por las calles de centro, dio una conferencia, visitó parte de su familia, tomó el té en la confitería de La Favorita y hasta estuvo tocando el piano en el Club Español.

Ese corto pero histórico paso del escritor por Rosario fue inmortalizado hace dos años, cuando Feliú publicó el libro García Lorca, el duende en Rosario. En entrevista con El Ciudadano, Feliú había confesado que la poca información que había sobre la visita de Lorca a Rosario había motivado su investigación. Fue por ello que viajó a España, estuvo en Granada, en Andalucía. “Una vez allí visité los lugares que Federico había transitado, estuve en la casa donde vivió. Todo eso me llevó a pensar, primero, en algo vinculado con el teatro. Pero la investigación, que tuvo muchos momentos y etapas, derivó finalmente en la escritura del libro”, compartió.

Y recordó: “Lorca estuvo en Rosario casi un día y medio. Llegó el viernes 22 de diciembre de 1933 al mediodía, y volvió a Buenos Aires el sábado por la tarde. Durante ese lapso, hizo muchas cosas; lo que aparece en el libro es sólo lo que pude comprobar y documentar. En realidad, llegó a Rosario para ofrecer una conferencia que tenía por título «Juego y teoría del duende», una de las tantas que ofreció en su vida, y Rosario fue la única ciudad del interior que tuvo esa suerte. Pero también vino a la ciudad porque aquí vivían algunos de sus primos, en el barrio de Arroyito, y hasta un noviazgo trunco de uno de esos parientes fue el disparador para que escribiera «Doña Rosita la soltera»”.

“Entre otras cosas, lo llevaron a conocer el Hospital Español, estuvo tomando el té en la confitería que estaba en la tienda La Favorita, presenció una Juerga Andaluza, que es un típica fiesta popular familiar, y también estuvo en el Club Español, donde dejó su firma y su dedicatoria y estuvo tocando el piano, momento que retrata una foto maravillosa que quedó para el recuerdo”, supo relatar el escritor

Para agendar

El homenaje a Federico García Lorca tendrá lugar el martes, a las 19.30, en el Club Español, de Rioja 1052. La entrada es libre y gratuita.


García Lorca, crónica de una visita

Hace 80 años el gran poeta español estuvo de paso por la ciudad. Dio una conferencia y recibió homenajes. Testimonios, recuerdos y datos.

Viernes 22 de diciembre de 1933. Estación Sunchales, luego Rosario Norte. A las 12.30 arriba el tren rápido desde Buenos Aires. En los andenes hay una comitiva expectante: el presidente del Club Español, Víctor Echeverría, el cónsul de España en Rosario, Gonzalo Diéguez Redondo, otros representantes de entidades españolas y algunos periodistas.

La esperada visita deja de un salto el estribo del vagón: es Federico García Lorca. Lo acompaña el periodista y escritor Pablo Suero. Un testigo de aquel momento, el escritor rosarino Horacio Correas, cuenta: “Su acento andaluz, su expresión vivaz, su ademán resuelto y franco, lo convertirían irremisiblemente en el eje del grupo (…) Rápidamente había conquistado la simpatía de todos”. Aquel grupo, con algunas variantes, sería el que acompañaría al poeta durante sus días en Rosario.

Con acento andaluz

Sucedió hace exactamente 80 años, un 22 de diciembre como hoy: Federico García Lorca visitaba Rosario. Sólo un par de testimonios escritos, algunas notas de la época y unos pocos recuerdos de terceros quedaron para intentar reconstruir aquel memorable episodio. Respecto a los primeros, sus autores fueron dos periodistas y grandes hombres de la cultura rosarina: Horacio Correas y Raúl Gardelli, ambos periodistas de La Capital, quienes escribieron algunas crónicas (Correas en La Capital en 1946 y 1961, Gardelli en el mismo diario en 1994, en la revista Vasto mundo y en su libro Conmovida memoria). Correas estuvo presente en la conferencia. Gardelli no pudo asistir, debido a sus 18 años y su imposibilidad de costear la entrada.

Transcurría 1933. Este año, Lorca y la Argentina tienen un denominador común: su obra teatral Bodas de sangre. En marzo se produce su estreno en Madrid. En julio, en Buenos Aires, por la compañía de la actriz Lola Membrives, y el 21 de setiembre en Rosario, por esta misma actriz, en el Teatro Odeón (actual Auditorio Fundación). Esta obra dio a conocer en nuestro país a Lorca como autor dramático. Ya se conocía su obra poética a través de la edición de sus libros Romancero gitano y Poema del cante jondo.

El éxito de Bodas de sangre es arrasador. El poeta visita la Argentina para asistir al festejo de sus cien representaciones y para dictar una serie de cuatro conferencias. Tiene tal repercusión que lo que iba a ser una estadía de pocas semanas, se prolongó por casi seis meses.

Luis Bravo y Antonio Robertaccio, periodistas y empresarios teatrales rosarinos, lo convocan para dar su conferencia “Juego y teoría del duende”. Rosario, junto con La Plata, fueron las dos únicas ciudades del interior que visitó.

Los recién llegados hicieron un fugaz paso por el Hotel Italia (Maipú 1065, actual Sede de Gobierno de la Universidad Nacional de Rosario), donde pasarían la noche. Luego almorzaron en una cantina ubicada en calle San Juan, frente a la cortada Barón de Mauá. Cuenta Correas: “El acento andaluz del poeta (…) imantaba sobre la bulliciosa reunión, las miradas de los demás comensales (…) extrañados por la existencia de una gente que no hablaba de temas corrientes en la diaria preocupación del medio. Nombres desconocidos, para ellos, de obras y de autores surgían, entre detalles, algunos irreverentes, y anécdotas jocosas (…)”.

El ansiado encuentro

Esa noche está a punto de darse el encuentro entre Federico García Lorca y el público rosarino. El lugar: el Teatro Colón (Corrientes 485), cuya platea era ocupada por entre 100 y 150 personas. El encargado de presentarlo fue Pablo Suero, quien le cede luego la palabra con la frase “Vamos, Federico, busca a tu duende.”

García Lorca, vestido de smoking, se sentó detrás de una pequeña mesa cubierta por una afelpada carpeta negra. El duende comenzaba a manifestarse en Rosario. Cuenta Correas: “El poeta (…) parecía encantado mientras exhumaba de los archivos de los años figuras de cantaoras y cantaores, famosos oficiantes de la misa pagana del cante jondo, y los pasaba ante los ojos del auditorio con la mágica evocación de su palabra. (…) Su sonrisa se abría en la hueca boca del escenario como una flor de alegría”. Y agrega: “Cuando Federico (…) se incorporó, dando fin a sus palabras (…) aquel reducido auditorio rompió el silencio que mantuvo ante la fiesta de imágenes centelleantes del poeta con el entusiasta chocar de sus manos (…) entregado plenamente a la seducción de su sonrisa de muchacho encantado de la vida”

Terminada la conferencia, recitó algunos poemas de su libro Romancero gitano. Se pudo escuchar de boca de su propio autor “Romance de la luna, luna”, “Prendimiento de Antoñito el Camborio” y “Romance del emplazado”, entre otros. Más tarde, sobre el escenario, firmó libros y programas de mano. Raúl Gardelli recoge el testimonio de otro de los presentes esa noche, Alberto Muzzio: “Esa minoría estaba conmovida, pendiente en extremo de la palabra del conferenciante. Público fervoroso a pesar de los pañuelos que secaban una y otra vez el sudor de frentes y mejillas.”

Del teatro Colón, Lorca y sus “cicerones” se dirigieron a una chopería: Luis Bravo, Antonio Robertaccio, Horacio Correas, Pablo Suero, el pintor Julio Vanzo, Fausto Hernández, Modesto Ruiz y Mario Monte, entre otros. Gardelli agrega que esa noche el grupo caminaba por las calles de la ciudad, cuando sucedió algo que años después le contaría Julio Vanzo. Según esta historia, al acercarse al puerto, en la zona donde hoy se encuentra el Monumento a la Bandera, y al ver las rejas que lo cercaban, “García Lorca (…) que muy poco estaría enterado de nuestra geografía, miró con asombro el Paraná caudal y exclamó, preguntando: «¿Tenéis un río?». De inmediato, viendo la verja: «¿Por qué lo habéis encerrado?». Esta frase, leyenda o realidad, trascendió los años como síntesis del encuentro entre García Lorca y Rosario.

La segunda jornada

La segunda y última jornada —el sábado 23— no fue menos agitada. Al mediodía, un banquete en su honor organizado por el cónsul de España y el presidente del Club Español en el Cifré (Sarmiento 722, lujoso restaurant ubicado en el subsuelo del Palacio Fuentes). Luego se dirigieron al Club Español (Rioja 1052). En la sala de música se produjo otro de los momentos más recordados de su visita, inmortalizado en una fotografía. Lo cuenta Correas: “El poeta se sentó al piano y ejecutó un picaresco himno de estudiantes irreverentes sobre el forjador de la lengua castellana, cuya letra cantó con su ronca voz campesina”.

Dedicó a Margarita Echeverría una copia manuscrita de una canción suya llamada “Despedida”, publicada en su libroCanciones. Luego el grupo pasó por la sala de té de la Tienda La Favorita (Córdoba y Sarmiento). En alguna de las dos jornadas, también fue agasajado en una recepción informal en el Consulado de España (ubicado entonces en Santa Fe 790) y visitó el Hospital Español invitado por Angel García. La visita llegaba a su fin. De La Favorita se trasladaron nuevamente a la Estación Sunchales, desde donde García Lorca y Suero retornarían a Buenos Aires.

La reconstrucción de los días de García Lorca en Rosario fue para quien esto escribe algo tan vívido como si realmente hubiera compartido junto al querido, al admirado Federico su tránsito por la ciudad 80 años atrás. Para concluir, nada mejor que la palabra de Horacio Correas, otro poeta gracias a quien, junto con Gardelli, esta historia no quedó sólo en el mito: “De pie sobre el estribo del vagón que lo devolvía a Buenos Aires, el poeta mostró ampliamente su sonrisa iluminada (…) agitó su mano en señal de despedida. Aquel ademán debe estar dormido en la atmósfera de Sunchales. Es cosa de advertirlo para que sea respetado por todos los que lo sepan”.

Un poeta en la ciudad del cereal

Federico García Lorca llegó a Rosario en 1933 y permaneció en la ciudad apenas un día, pero en ese breve lapso dio origen a una leyenda. Un reciente libro da cuenta de sus andanzas y saca a la luz un puñado de historias perdidas.

por Osvaldo Aguirre

 

La primera pista fue un artículo publicado en la revista Vasto Mundo donde Raúl Gardelli recordaba la visita de Federico García Lorca a Rosario en diciembre de 1933. La nota se cerraba con un episodio tan presente en la memoria oral como escurridizo en los registros documentales, según el cual el poeta español quedó sorprendido ante el espectáculo del Paraná. “¿Tenéis un río?”, preguntó al grupo de intelectuales rosarinos que lo acompañaba apenas se repuso del asombro. Y remató: “¿Por qué lo habéis encerrado?” Más que una respuesta inmediata, la pregunta apuntaba a señalar algo que de tan evidente pasaba desapercibido.

Daniel Feliu no conocía demasiado la obra de García Lorca. Pero la crónica destilaba el encanto de la “conmovida memoria” que Gardelli, según su propia expresión, imprimía a sus relatos. Además sintió curiosidad por la historia, como hecho del pasado. La nota le quedó resonando y pasó un largo tiempo hasta que se activó en una investigación, a partir de sus estudios de cine y de seguir la carrera de actor. El resultado es García Lorca, el duende en Rosario, una exhaustiva reconstrucción de la visita del poeta y de la constelación de personajes, circunstancias y sucesos que cobró forma a su alrededor.

—En mayo de 2012 viajé a Europa con interés turístico y también familiar, para conocer la tierra de mis ancestros, Francia y Cataluña —cuenta Feliu—. Llegué a Andalucía atraído por el mundo del flamenco y lo gitano. Por lo que recuerdo, la idea de conocer la tierra de García Lorca surgió cuando ya me encontraba allí.

El “alorcamiento”

Los escritores se llamaban Mateo Booz, Fausto Hernández, Alcides Greca. El ambiente artístico contaba con Antonio Berni, Leónidas Gambartes, Julio Vanzo y Alfredo Guido, entre otros. Los teatros recibían a grandes compañías nacionales y extranjeras. En los diarios escribían Virgilio Albanese, Antonio Robertaccio, Hernán Gómez, Horacio Correas. Ese fue el ambiente cultural que encontró García Lorca cuando llegó a Rosario el 22 de diciembre de 1933 para ofrecer su conferencia “Juego y teoría del duende”, en el teatro Colón.

Pero para llegar a ese punto Daniel Feliu tuvo que pasar por las casas en que vivió García Lorca en Granada, Valderrubio y Fuente Vaqueros, el lugar donde nació.

—Luego de ese viaje vino mi gran “alorcamiento” y crecieron mi admiración y mi afecto hacia su figura —cuenta—. Pero la idea del libro aún no había nacido.

En 2013, cuando se cumplían 80 años de la visita del poeta a la Argentina, Feliu se propuso homenajearlo.

—Fue ahí donde comenzó realmente mi investigación. Quería ir más allá de la crónica de Gardelli, ir a las fuentes, saber más. No quería que llegara el día de los ochenta años de la visita a Rosario y que el hecho pasara desapercibido. Siendo actor, había pensado hacer alguna intervención teatral, pero no lograba darle forma. Luego surgió la posibilidad de publicar un artículo en el suplemento Señales de La Capital con lo que había investigado hasta el momento. El artículo salió casualmente el día del aniversario, el 22 de diciembre. Luego continué mi investigación sin saber de qué manera iba a plasmar los resultados. El trabajo se fue extendiendo y enriqueciendo. Durante ese proceso entré en contacto con Liliana Ruiz, directora de Baltasara Editora, como una de las tantas personas que iba contactando en busca de información. Pasó el tiempo y Liliana me propuso la idea del libro. En total fueron unos tres años y medio de trabajo.

Viaje en el tiempo

Actor egresado de la Escuela Provincial de Teatro, Feliu (Marcos Juárez, 1976) contaba con una formación como investigador desde que integró un equipo coordinado por Clide Tello dedicado al teatro profesional en Rosario durante el período 1940-1959, para el libro Historia del teatro argentino en las provincias (2007). “Allí aprendí muchas cosas: una metodología, saber qué era una fuente, ir a esa fuente e interpretarla; ir a bibliotecas, archivos, hemerotecas. Cómo entrevistar, qué preguntar; cómo contrastar la información de las diversas fuentes; luego darle forma a todo ese material”, dice.

—¿Cuáles fueron los pasos de la investigación?

—Comencé de manera bastante ingenua, preguntando en archivos o a personas si “no tenían o sabían algo sobre la visita de García Lorca a Rosario”. Digo ingenua porque luego descubrí que la búsqueda tenía que ver con acceder a materiales más concretos, como los ejemplares de los diarios Tribuna o La Capital. Fuera de las crónicas de Horacio Correas y Gardelli, no había nada escrito, salvo artículos que a su vez los citaban. El primer paso fue encontrar las crónicas de Correas, las únicas de un testigo directo de los hechos. Así llegué a ellas: una de 1946 y otra de 1961, hechas cuando se cumplían, respectivamente, el 10º y el 25º aniversario del asesinato del poeta.

También se propuso reconstruir el contexto de la ciudad a la que llegó el poeta: “No quería que el viaje quedara en la mera anécdota, debía hacer una investigación más profunda”. Por eso el libro se extiende en la descripción de Rosario a través de la ciudad.

—El proceso de investigación fue arduo, engorroso y fascinante para mí. De lo que ya estaba escrito en las crónicas hubo cosas difíciles de establecer, como dónde se hospedó y qué grado de veracidad tenía la famosa anécdota de “¿Tenéis un río?”. No sólo porque no había nada al respecto, sino porque implicaba, quizás, poner en cuestión cosas que luego de ochenta años y con la historia circulando, se daban como verdades incuestionables. Los pasos fueron ordenados o caóticos según el momento. La escritura la fui haciendo a medida que conseguía más información. A veces un dato o una fuente llevaba a otra fuente o a otra persona con la que contactarme, de manera que debí priorizar, porque la lista parecía crecer exponencialmente. Había temas de los que conocía poco, lo cual me llevaba a profundizar en ellos antes de poder seguir avanzando. También iba consultando a determinadas personas que tenía como referentes según el tema.

—¿Qué dificultades se plantearon en ese trabajo?

—Hubo varias: algunos archivos estaban perdidos total o parcialmente; algunas colectividades no daban acceso a sus bibliotecas porque carecían de personal que pudiera ocuparse. Otras instituciones o personas simplemente no tenían interés en colaborar; por otro lado, de otras tantas tuve gran colaboración, y gran parte de ellas, es justo decirlo, fueron las bibliotecas y archivos municipales y provinciales. Un hecho llamativo y frecuente en muchos casos fue que la década del 30 era el período del que menos material había.

Un motivo secreto

García Lorca tenía por entonces 35 años y sus libros de poesía Romancero gitano (1928) y Poeta en Nueva York (1930), eran conocidos en Rosario. Tanto como su obra de teatro Bodas de sangre, estrenada en la ciudad por la compañía de Lola Membrives en septiembre de 1933.

Llega el poeta

El viernes 22 de diciembre de 1933 el verano se hacía notar. El reloj de la estación marca las 12.30. En el andén, “conmovido de trenes y sucio de humos viajeros”, un grupo de hombres espera el arribo del tren rápido de las 12:30 proveniente de Buenos Aires. Dentro de la comitiva expectante se encuentran el presidente del Club Español, Víctor Echeverría; el cónsul de España en Rosario, Gonzalo Diéguez Redondo; representantes de entidades españolas y algunos periodistas, entre ellos: Horacio Correas.

Desde lejos comienza a escucharse la bocina del tren. La tierra vibra a medida que se acerca, y el sonido metálico de las ruedas sobre los rieles se hace más intenso, marcando un compás característico. El tren llega a los andenes y el humo de la locomotora se disipa al tiempo que los pasajeros abandonan los vagones: valijas, encuentros, abrazos. La comitiva busca entre la multitud a dos viajeros.

La esperada visita deja de un salto el estribo del vagón: es Federico García Lorca. La personalidad del momento, el joven valor de las letras hispanas, ya se encuentra en Rosario. A su lado Pablo Suero, su guía, inicia la presentación: “Aquí, Federico…” Los viajeros estrechan sus manos con los miembros de la comitiva. Suero se reencuentra con Antonio Robertaccio, su antiguo camarada y amigo.

Con el magnetismo que lo caracterizaba, Federico García Lorca conquista rápidamente la simpatía del grupo, que lo recibe con cordialidad y sin protocolo, como a él le gustaba. Una de sus primas más cercanas, Clotilde García Picossi, recordaba: “La suprema simpatía de Federico, tan popular y tan genial, era un imán que todo lo atraía. Te comía, te embobaba, no se podía con él. Y no es que fuera más que otros: es que era distinto, diferente…”.

Horacio Correas cuenta sus primeras impresiones: “Su acento andaluz, su expresión vivaz, su ademán resuelto y franco, lo convertirían irremisiblemente en el eje del grupo…” y describirá al hombre que aún no era un mito: “Moreno rostro adornado de lunares, de ojos negros y expresivos, de nariz recta y labios gruesos y sensuales.” Pablo Suero agregará: “Ancho de hombros, con una hermosa frente y una mirada color ciruela. García Lorca da sensación de vigor y de energía. Juega y ríe. (…) una risa un poco ronca. Su acento andaluz escamotea sílabas. Habla con vehemencia y rapidez.”

Dentro de la comitiva, los miembros de la prensa los esperaban “con interés profesional, no exento de ambición afectuosa por hacerles grata su permanencia en la ciudad”, dirá Correas, y agregará: “Entonces le conocimos, fuera de sus libros, fuera de sus anécdotas. (…) Mirándolo se tenía la impresión de que en sus talones se afirmaba toda la tierra.”

Los recién llegados y la comitiva son fotografiados en los andenes. La imagen será publicada por La Capital. En el centro del grupo García Lorca, el único con pantalón claro; el cónsul de España en Rosario Gonzalo Diéguez Redondo y Pablo Suero, que sonríe y sostiene un cigarrillo. En torno a ellos, de izquierda a derecha, Horacio Correas, sombrero “rancho” en mano; otras dos personas; luego Luis Bravo y Antonio Robertaccio; Mario Monte; Víctor Echeverría y otra persona. El grupo acompañará al poeta durante toda su estadía en la ciudad.

Entre otros aspectos, Feliu indaga las razones por las cuales vino: hubo una cuestión económica, por la cual acordó dictar su conferencia “Juego y teoría del duende”, contratado por empresarios rosarinos; también pudo incidir la amistad entre el periodista Pablo Suero, quien lo acompañó desde Buenos Aires, y Antonio Robertaccio, uno de los dueños del teatro Colón y redactor de La Tribuna. Y había un motivo secreto: un primo de Federico llamado Máximo Delgado García vivía en Arroyito y la familia no tenía noticias suyas.

—El tema de los familiares de García Lorca en la ciudad surgió también de la crónica de Gardelli —dice Feliu—. Allí nombraba a dos primos: Máximo Delgado García y Modesto Ruiz, aunque este último, en otras ediciones de la crónica, aparecía, por error, como Rey. La historia de Máximo fue más fácil en un principio porque es mencionada en correspondencia entre el poeta y su familia, y algunos autores la mencionan brevemente. En el catálogo de la Fundación García Lorca, que conserva el legado del poeta, encontré dos cartas de Máximo a Federico, y en la correspondencia del poeta a su familia la historia con Máximo en Rosario es mencionada en reiteradas oportunidades. En cuanto a los Ruiz, no tenía manera de rastrear descendientes, hasta que un comentario de una conocida por una publicación mía en Facebook sobre el poeta me puso al tanto de que su hija descendía por línea paterna de aquellos Ruiz. Así logré ubicarlos y entrevistar a varios descendientes.

La llegada a la estación Sunchales, el alojamiento en el Hotel Italia —o en el Savoy, según otra versión—, el almuerzo en una cantina italiana, la conferencia, el paseo nocturno que va de una chopería hasta el río, una visita al Hospital Español, un banquete en el Rotisserie Cifré, “el restaurant más lujoso de la ciudad”, el recibimiento en el Club Español. García Lorca, el duende en Rosario documenta paso a paso los movimientos del poeta entre el 22 y el 23 de diciembre de 1933, con abundante documentación gráfica: fotografías, cartas, programas de mano, carteleras periodísticas y manuscritos.

Rosario en los años 30

—¿Qué te interesaba de la historia al principio y qué encontraste sobre el final, cuando la estabas escribiendo?

—Quería saber más detalles de lo que había hecho durante su estadía; aquellas cosas que mencionaba Gardelli en su crónica. Saber si había más fotos o libros dedicados. La escritura fue avanzando junto con la investigación. Hubo mucha reescritura, reformulaciones. Fui encontrándole profundidad a cada cosa, yendo más allá de la mera anécdota. Conocí y entendí un poco mejor a aquel Rosario de los años 30 con el que se había encontrado el poeta. Comprendí que cada cosa que había hecho en la ciudad tenía su razón. E indagando en la historia con su primo Máximo, encontré ese aspecto desconocido de su visita, las motivaciones personales y familiares. Venir a Rosario no obedecía sólo a una cuestión profesional.

—¿Qué te parecen ahora las crónicas de Gardelli y Correas que leíste al comenzar el trabajo?

—Tienen un gran valor testimonial. Son la columna vertebral de buena parte del libro, que las contextualiza y les da mayor profundidad. Tengo a la vez la ventaja y desventaja, respecto a ellos, de no ser contemporáneo a los hechos, lo cual me permitió ver más en perspectiva y me obligó a interiorizarme en aquel contexto. La última crónica de Correas tiene 55 años. La de Gardelli, más de 20. En ellas mencionan hechos, lugares o nombres que en su época eran conocidos. Para mí –y para los lectores– fue necesario explicitar cada uno de ellos; hay toda una historia detrás de cada uno.

—¿Qué muestra la visita de García Lorca sobre Rosario y su cultura?

—Rosario tenía en aquellos días una gran actividad cultural. La visita de García Lorca movilizó y generó expectativa en un círculo de personas: periodistas, intelectuales, artistas de la ciudad, o público que era acotado en relación a la cantidad que asistía con regularidad al teatro. Tuvo una gran repercusión, pero dentro de esos círculos. La prensa se mostró muy entusiasta, los empresarios que lo trajeron hicieron una apuesta importante, pero el público no respondió en forma masiva, como sucedió poco después en Uruguay, donde llegó a dar cuatro conferencias. Un testigo de la época recordaba que poca gente esperó la llegada de García Lorca en la estación Sunchales, cuando pocos días antes, ante la llegada del plantel de Boca Juniors, se habían colmado la estación y las calles adyacentes. En resumen, ayer como hoy, iniciativas culturales en la ciudad hubo muchas, y gente muy capaz vinculadas a ellas, pero no siempre tuvieron la repercusión esperada. De todas maneras, la visita del poeta fue posible porque en la ciudad había lo que hoy llamamos una movida cultural importante.

—¿Y qué agrega la historia de esa visita a la vida de García Lorca?

—Creo que la visita fue mucho más relevante para los rosarinos que para García Lorca. Para él, me atrevo a decir, lo más importante de ese viaje fue reencontrarse con su primo Máximo y ayudarlo, dado que se lo había pedido su padre. Federico se estaba independizando económicamente de él, y a ello contribuía el enorme éxito que estaba teniendo en la Argentina. Ayudar económicamente a su primo y hacerlo “sentar cabeza” lo dejaba bien parado ante su padre. Así lo entiendo yo, al menos, teniendo a la vista lo que me arrojó la investigación.

El relato de Feliu sigue a García Lorca hasta el momento en que deja Rosario, el 23 de diciembre de 1933, en el tren vespertino que iba hacia Buenos Aires. Allí lo despidió “una nutrida delegación de representantes de la colonia española residente en nuestra ciudad”, según la crónica de la época. Entre los testigos, Horacio Correas anotó: “El poeta agitó su mano en señal de despedida. Aquel ademán debe estar dormido en la atmósfera de Sunchales. Es cosa de advertirlo”. Y eso fue precisamente lo que hizo Daniel Feliu en su libro.

 

 

Cuando se llevaron a Federico

 

Ilustración: Facundo Vitello

“Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la frontera política”. Así se definía el poeta, dramaturgo y prosista español Federico García Lorca, uno de los miembros más destacados de la generación del 27, quien en la madrugada del martes 18 de agosto de 1936, a los 38 años, se convirtió en la víctima más conocida de la Guerra Civil Española, un conflicto entre republicanos y nacionalistas que había detonado un mes antes y se saldó en 1939 con más de 50.000 bajas civiles.

Al momento de su asesinato, Lorca, uno de los autores más importantes del siglo XX, ya era conocido internacionalmente por obras que combinaban elementos populares, clásicos y realistas con una buena dosis de expresionismo.

Libros de poemas como el Romancero gitano (1928), Poeta en Nueva York (1930) y Poema del cante jondo (1931), y obras de teatro como La zapatera prodigiosa (1930), Bodas de Sangre (1933) y Yerma (1934), junto a su magnetismo personal, le habían granjeado muchos seguidores. Sin embargo no pocos conservadores españoles lo acusaban de “decadente”, sobre todo después de que se declaró socialista.

Nació en Fuente Vaqueros, Granada, el 5 de junio de 1898. Estudió bachillerato y música en su ciudad natal y, entre 1919 y 1928, vivió en la Residencia de Estudiantes de Madrid, un centro importante de intercambios culturales donde se hizo amigo del pintor Salvador Dalí, el cineasta Luis Buñuel y el también poeta Rafael Alberti, entre otros, a quienes cautivó con sus múltiples talentos. Viajó a Nueva York y Cuba en 1929 y 1930. Volvió a España y fue director del teatro universitario La Barraca, conferenciante y compositor de canciones, y tuvo mucho éxito en la Argentina y Uruguay, países a los que viajó en 1933 y 1934.

Luego de escribir su obra de teatro La casa de Bernarda Alba, Lorca había llegado el 16 de julio de 1936 a Granada, a la residencia familiar de verano para descansar, pocas horas antes del alzamiento del general Francisco Franco al mando del Ejército en Marruecos contra el gobierno republicano, lo que marcó el comienzo de la sangrienta guerra civil.

Cuando los nacionalistas entraron en la ciudad y arrestaron al alcalde y a otras personalidades para ejecutarlas, Lorca buscó refugio en casa de la familia de un amigo conservador, cuyo hermano entregó al escritor a los falangistas.

Lorca fue fusilado la noche del 18 de agosto de 1936, después de permanecer dos días encarcelado en las dependencias gubernamentales de Granada.

La ciudad del río encerrado

“El duende nos inundó el alma. Allá por octubre de 1933, cuando navegó esta geografía nuestra, buscando, tal vez, las raíces de la hispanidad austral. Nos dejó un jirón de su vida que, por entonces, no se podía pensar en las postrimerías. La bala asesina ya lo andaba buscando, aunque Federico no lo supiera”, escribió Oscar Sbarra Mitre, ex director de la Biblioteca Nacional, sobre la primera visita que García Lorca realizó a la Argentina, tres años antes de su trágica muerte, y que incluyó un fugaz paso por Rosario.

Cuando Federico arribó a Rosario a fines de 1933, en una breve visita de dos días, la Chicago argentina era ya, con sus 150.000 habitantes, la segunda ciudad del país.

“Estaba a punto de terminar 1933 cuando llegó a Rosario el poeta Federico García Lorca, acompañado por su émulo y crítico teatral Pablo Suero. El autor de Bodas de sangre se había comprometido con los empresarios del Teatro Colón, Luis Bravo y Antonio Robertaccio, también periodistas, que durante años mantuvieron la presentación de los espectáculos del Teatro La Comedia, a dar la conferencia «Juego y teoría del duende», y un recital poético”, contó el periodista Horacio Correas en una reconstrucción de aquella visita publicada en 1961 en el diario La Capital. Y agregó: “El tren rápido de las 12.30 de aquel 22 de diciembre de 1933 depositó a los viajeros sobre el andén de la estación que reemplazó su antiguo nombre de Sunchales por el de Rosario Norte”.

En su libro Lorca, un andaluz en Buenos Aires (1999), Pablo Medina dedica un capítulo al paso de Federico por Rosario y reproduce parte de un trabajo publicado por el periodista, escritor e investigador Raúl Gardelli en la revista Vasto Mundo (Nº 15, junio de 1998).

Allí, Gardelli recuperó las palabras de presentación del ilustre visitante que Pablo Suero pronunció antes de la conferencia en el Teatro Colón, la noche del 22 de diciembre de 1933.

Tras la presentación de Suero, Federico pronunció su conferencia, a la que siguió una lectura de poemas del Romancero gitano. “El recién estrenado verano se hacía sentir en la sala –señala Gardelli–. Pese a ello, el disertante se ocupó de uno de sus temas predilectos, «Teoría y juego del duende (El enigma del habla española, había subtitulado)», y habló como si se estuviera viviendo la más agradable de las primaveras”.

En Rosario, Federico se hizo tiempo además para buscar a Máximo Delgado García, quien había sido novio de una de sus primas preferidas, Clotilde García Picossi.

Durante su estadía en la ciudad, en la que Federico se dejó cuidar por su “ángel guardián”, Suero, asistieron a comidas, una de ellas oficial, que le ofrecieron los miembros de la colectividad española en el ya desaparecido restaurante Cifré, sin contar las recepciones y otras invitaciones que llegaban a través del consulado de España. También tocó el piano y cantó en el Club Español. “Ya de madrugada –relata Gardelli– noctívagos en la ciudad nada nocturna, habrá sido para Federico el gozo de andar calles no conocidas. Sentir el soplo en la plaza vecina al puerto, donde quizás se oía el murmullo de algún canto marinero; íntima plaza, propicia como era por las tardes moribundas a la efusión de las parejas y el diálogo amistoso, donde hoy está el Monumento a la Bandera”. Y agrega una anécdota: “Julio Vanzo me lo contó una noche, en un bar con algo de bodegón. García Lorca, que venía del Guadalquivir («Guadalquivir, alta torre /y viento en los naranjales»), su río grande, Guadalquivir es río grande en árabe, y que muy poco estaría enterado de nuestra geografía, miró con asombro el Paraná caudal y exclamó: «¿Tenéis un río?» De inmediato, viendo la verja que impedía a la gente aproximarse a él, preguntó: «¿Por qué lo habéis encerrado?»”.

día como mañana, 22 de diciembre, pero de 1933, el poeta, músico, dramaturgo y conferenciante español Federico García Lorca visitaba la ciudad de Rosario. No existía el aire acondicionado, y pese al calor veraniego el joven poeta moderno convocó al público culto al teatro con un carisma como el que luego irradiaría una estrella de rock internacional. Venía aureolado por el éxito de la puesta en escena en Buenos Aires de su poema dramático Bodas de sangre por la compañía de Lola Membrives, éxito que se acrecentó en el teatro Odeón de Rosario. Daría su conferencia en el Colón (actualmente, teatro El Círculo).

Si bien ya nadie vive que recuerde haber estado allí, luego de leer el extenso y apasionante libro de Daniel Feliu sobre esa visita creeremos ser uno de aquellos privilegiados. Publicado por el sello rosarino Baltasara Editora, sus 204 páginas ilustradas con fotos periodísticas y recortes de prensa vuelan como escenas de un documental o de una biopic. El libro nace del testimonio de Horacio Correas, recuperado por Raúl Gardelli y ampliado a través de fuentes cuya lista ocupa dos páginas. Daniel Feliu (Marcos Juárez, Córdoba, 1976) es actor, dramaturgo e investigador de historia del teatro.

 

García Lorca, el duende en Rosario debe el insólito “duende” del título al de la conferencia que vino a decir el poeta, y cuyo texto se incluye completo. En “Juego y teoría del duende: el enigma del alma española”, García Lorca toma un mito popular del sur de España para desarrollar una construcción ensayística sobre la inspiración en las artes performáticas: música en vivo, poesía hablada. Su lenguaje deslumbra con audaces metáforas de vanguardia. Conjugar la forma novedosa con el valor ideológico del rescate de lo popular era un ideal que expresaba tensiones políticas del momento; mientras la burguesía culta de Rosario aplaudía a Federico, sus instituciones no incluían fácilmente en los salones de arte al realismo social local. Tensiones que no tardaron en manifestarse en la realidad de España con los conocidos resultados trágicos: una guerra civil donde ganaron los malos, ahogando a la España republicana en un baño de sangre que incluyó la performance franquista de fusilar a la estrella en 1936.

Tres años antes, junto al “río enjaulado” de la anécdota más contada y quizás apócrifa (“¡Tenéis un río! ¡Y lo habéis enjaulado!”, habría dicho el ilustre visitante), los presagios se diluían entre magníficas demostraciones de sociabilidad. García Lorca se bajó junto con el periodista Pablo Suero en la estación Sunchales, tocó el piano en el Club Español (hay registro fotográfico), visitó el Hospital Español, elogió a la comunidad española en Rosario, dedicó ejemplares del Romancero Gitano haciendo dibujos a mano alzada y recibió los elogios efusivos de una prensa local normalmente cauta. Se agrega una historia no contada sobre su encuentro con parientes y con un amigo suyo nada glamoroso, “gallegos” peleando la dura vida del inmigrante.

Todo eso y su trasfondo (Rosario, pero también Buñuel y Dalí) es narrado combinando el rigor histórico del investigador con el realismo vivaz del dramaturgo. El relato se agiliza aún más al incluir breves citas, intercaladas con la memorabilia en un cuidado montaje editorial cuyo efecto es el de un libro de recuerdos, digno del poeta que dijo en Pequeño vals vienés: “Dejaré mi alma en fotografías y azucenas”.

 

 

El amigo que no pudo salvar a Lorca

Carlos Morla rescató de la violencia a más de 2.000 personas que huían de la Guerra Civil.

“Cuando yo me muera, / enterradme con mi guitarra / bajo la arena”. Son versos de Memento, un poema de Cante jondo al que puso música Carlos Morla Lynch. Durante los años de la República, Lorca lo cantó al piano muchas madrugadas en el enorme piso de Morla de la calle Alfonso XII de Madrid, que cada noche después de cenar se llenaba de poetas, intelectuales y noctívagos que encontraban en sus sofás y en su mueble bar un refugio aristocrático. Federico García Lorca era el alma de aquellas veladas, el niño chistoso que sabía cortar las discusiones políticas con una carcajada y arrancarse con coplillas al piano cuando alguien bostezaba.

Hay mucho en la vida breve de Lorca que tiene un aire premonitorio. Ese gusto por la tragedia que lo convirtió en tragedia misma. Hay versos sobrenaturales, como estos de Memento, que ya contienen en sí mismos una inquietud. Pero verlos escritos en la partitura que compuso Morla agranda el escalofrío: esos arreglos con las indicaciones poco piu mosso y très lent et très lié son la aceptación de los deseos del amigo, deseos que no pudo cumplir. No solo no pudo evitar su muerte, sino que fue incapaz de darle sepultura bajo la arena. La gran tragedia, que parece escrita por el mismo Lorca, fue que Carlos Morla Lynch salvó la vida de miles de personas cuyo destino parecía el mismo que el del poeta, convirtiéndose en uno de esos héroes inmensos que la historia se resiste a reconocer, pero no pudo hacer absolutamente nada por su amigo del alma.

Carlos Morla Lynch fue consejero de la embajada de Chile en España entre 1928 y 1939. Al estallar la guerra en 1936, el gobierno chileno le dio libertad para abandonar el país con su familia, pero prefirió no irse de Madrid, donde quedó a cargo de la legación y ofreció refugio (en ella, en su casa y en varios pisos que alquiló para tal fin) a más de dos mil personas que huían de la violencia política. Hizo lo mismo con los republicanos que le reclamaron asilo en 1939, cuando las tropas franquistas entraron en la capital. Nunca pidió un carné ni puso condiciones a nadie, y arriesgó su vida y la de su familia noche tras noche ante una junta de defensa que no podía (ni, seguramente, quería) garantizar su inmunidad diplomática.

Ni siquiera el testimonio de sus diarios, publicados por primera vez en 1958 en una edición muy filtrada por la censura, da cuenta del dolor que debió destruirle cuando se enteró de la muerte de Federico, a quien creía a salvo en Granada, al cuidado de unos parientes. Fue el 1 de septiembre de 1936. Morla estaba en la Plaza Mayor y se hacía lustrar los zapatos por un limpia ocioso en una ciudad donde ya no había señores con zapatos que lustrar, cuando oyó a los vendedores de prensa gritar que Federico había sido fusilado en Granada. Lo atribuyó a un bulo y dedicó toda una semana a confirmar la noticia mediante sus contactos diplomáticos. “Yo que lo consideraba invencible, triunfador siempre, niño mimado por las hadas”, escribió en sus diarios. Madrid se llenó de retratos fúnebres del poeta, ya mártir, y Morla tuvo que seguir atendiendo a sus miles de refugiados sin poder dedicar mucho tiempo al amigo muerto que lo miraba desde las paredes.

La gran amistad de Federico y Morla queda acreditada para la historia de la literatura en la dedicatoria de Poeta en Nueva York: “A Bebé y Carlos Morla”. Se refiere a Bebé Vicuña, esposa del diplomático. Cuando Lorca la escribió, hacía poco más de un año que conocía al chileno, pero ya estaban unidos con una intensidad que algunos han sospechado más propia de los amantes (aunque Andrés Trapiello, gran experto en su figura y quizá su mayor apóstol literario, aduce que este punto no queda claro en los diarios) y en la que siempre estuvo muy presente la muerte. El consejero llegó a Madrid desde París en 1928, donde acababa de enterrar a su hija Colomba, de nueve años. El matrimonio se instaló en España destrozado, en pleno duelo por su niña. En un paseo por la Gran Vía, a Morla le llamó la atención un título en el escaparate de una librería: Romancero gitano. Lo leyó varias veces y encontró en sus versos algo parecido al consuelo, subrayando una estrofa que también suena profética: “La noche se puso íntima, / como una pequeña plaza. / Guardias civiles borrachos / en la puerta golpeaban”.

Morla resolvió que tenía que conocer al tal Federico, del que todo el mundo hablaba maravillas en Madrid, y Federico se convirtió enseguida en su amigo íntimo. A pesar de ser trece años más joven, Lorca entendió su dolor y su catolicismo heterodoxo y libre, pero sentido, tan parecido a su idea de la religiosidad popular. Ambos tenían más filantropía que ideología. Ambos querían a mucha gente y se hacían querer. Al poco de conocerse, Lorca dedicó unas canciones “a la maravillosa niña Colomba Morla Vicuña, dormida piadosamente el día 8 de agosto de 1928”.

 Se vieron por última vez el 8 de julio de 1936 en su casa de Madrid. Los invitados a la cena comentaban las noticias en tono apocalíptico. Había preocupación, la ciudad estaba muy agitada. “Federico hoy ha hablado poco -anotó en su diario-; se halla como desmaterializado, ausente, en otra esfera. No está como otras veces, brillante, ocurrente, luminoso”. Aquella noche Federico solo hizo una contribución a la tertulia política: “Yo soy del partido de los pobres, pero de los pobres buenos”. Fue la última declaración que Morla escuchó de su boca.

 

CASI NADIE SE ACUERDA DE MORLA LYNCH

Hasta 2011, 42 años después de la muerte de Carlos Morla Lynch, el Ayuntamiento de Madrid no colocó una de esas placas con forma de rombo en la calle Prado, 26, en cuyos pisos tercero y cuarto derecha estuvo la embajada chilena durante la guerra, recordando que fue allí donde el entonces consejero salvó la vida de miles de perseguidos. Incluso entonces la placa se colocó en el zaguán, no en la fachada, por lo que el lugar sigue pasando inadvertido para casi todos los paseantes. Y ha habido que esperar a 2016 para que una corporación municipal otorgue su nombre a una calle de Madrid.

Entre medias, la sombra de una sospecha: ¿pudo salvar a Miguel Hernández? Neruda (que fue cónsul en Madrid) acusó al diplomático de no haber dado asilo en 1939 al poeta de Orihuela. La acusación suena injusta y no se ha podido probar.

Se saldan deudas, aunque a tan largo plazo que ya suenan vencidas. Pese al esfuerzo de unos cuantos divulgadores, entre los que destaca Trapiello, y de una editorial entusiasta (la sevillana Renacimiento), que ha publicado los diarios de guerra (España sufre: diarios de guerra en el Madrid republicano), los informes diplomáticos y la parte de los diarios referida a su relación con Lorca (En España con Federico García Lorca), a Morla Lynch solo lo frecuentan quienes van por los caminos menos transitados. Casi todos sus diarios (88 cuadernos manuscritos) siguen inéditos por voluntad de sus nietas, que respetan así el deseo de su abuelo.

Cuando se llevaron a Federico

Por Rubén Alejandro Fraga

“Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos, Desde luego no creo en la frontera política”. Así se definía el poeta, dramaturgo y prosista español Federico García Lorca, uno de los miembros más destacados de la generación del 27, quien en la madrugada del martes 18 al miércoles 19 de agosto de 1936, a los 38 años, se convirtió en la víctima más conocida de la Guerra Civil Española, un conflicto entre republicanos y nacionalistas que había detonado un mes antes y se saldó en 1939 con más de 50.000 bajas civiles.

Al momento de su asesinato, del que hoy se cumplen 80 años, Lorca, uno de los autores más importantes del siglo XX, ya era conocido internacionalmente por obras que combinaban elementos populares, clásicos y realistas con una buena dosis de expresionismo.

Poemas como el Romancero gitano (1928), Poeta en Nueva York (1930) y Poema del cante jondo (1931), y obras de teatro como La zapatera prodigiosa (1930), Bodas de Sangre (1933) y Yerma (1934), junto a su magnetismo personal, le habían granjeado muchos seguidores. Sin embargo no pocos conservadores españoles lo acusaban de decadente, sobre todo después de que se declaró socialista. Y tras el alzamiento contra la República, los fascistas decidieron apresarlo y fusilarlo a sangre fría, “por rojo y maricón”.

Granadino universal

Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros, Granada, el 5 de junio de 1898. Estudió bachillerato y música en su ciudad natal y, entre 1919 y 1928 vivió en la Residencia de Estudiantes de Madrid, un centro importante de intercambios culturales donde se hizo amigo del pintor Salvador Dalí, el cineasta Luis Buñuel y el también poeta Rafael Alberti, entre otros, a quienes cautivó con sus múltiples talentos. Viajó a Nueva York y Cuba en 1929-30. Volvió a España y fue director del teatro universitario La Barraca, conferenciante y compositor de canciones, y tuvo mucho éxito en la Argentina y Uruguay, países a los que viajó en 1933-34.

Luego de escribir su obra de teatro La casa de Bernarda Alba, Lorca había llegado el 16 de julio a Granada, a la residencia familiar de verano para descansar, pocas horas antes del alzamiento del general Francisco Franco al mando del Ejército en Marruecos contra el gobierno republicano, lo que marcó el comienzo de la sangrienta guerra civil española.

Cuando los nacionalistas entraron en la ciudad y arrestaron al alcalde y a otras personalidades para ejecutarlas, Lorca buscó refugio en casa de la familia de un amigo conservador, cuyo hermano entregó al escritor a los falangistas.

Lorca fue fusilado durante la madrugada del martes 18 de agosto al miércoles 19 de agosto de 1936, mientras era llevado por los franquistas caminando por un camino de tierra en la zona granadina que va de Víznar a Alfacar, después de permanecer dos días encarcelado en las dependencias gubernamentales de Granada.

Nuevas investigaciones arrojan un poco de luz sobre las circunstancias en las que se cometió el crimen del poeta y quiénes fueron sus instigadores y ejecutores, aunque 80 años después el asesinato sigue impune en una justicia española todavía refractaria a investigar y castigar los crímenes cometidos por el franquismo.

Ver más información en el siguiente link:
http://www.publico.es/culturas/captores-asesinos-garcia-lorca.html

El amigo que no pudo salvar a Lorca: http://cultura.elpais.com/cultura/2016/08/17/actualidad/1471450657_988802.html?id_externo_rsoc=TW_CC 

El poeta y la ciudad del río encerrado

“El duende nos inundó el alma. Allá por octubre de 1933, cuando navegó esta geografía nuestra, buscando, tal vez, las raíces de la hispanidad austral. Nos dejó un jirón de su vida que, por entonces, no se podía pensar en las postrimerías. La bala asesina ya lo andaba buscando, aunque Federico no lo supiera”, escribió Oscar Sbarra Mitre, ex director de la Biblioteca Nacional sobre la primera visita que García Lorca realizó a la Argentina, tres años antes de su trágica muerte, y que incluyó un fugaz paso por Rosario.

Cuando Federico arribó a Rosario a fines de 1933, en una breve visita de dos días, la Chicago argentina era ya, con sus 150.000 habitantes, la segunda ciudad del país.

“Estaba a punto de terminar 1933 cuando llegó a Rosario el poeta Federico García Lorca, acompañado por su émulo y crítico teatral Pablo Suero. El autor de Yerma se había comprometido con los empresarios del Teatro Colón, Luis Bravo y Antonio Robertaccio, también periodistas, que durante años mantuvieron la presentación de los espectáculos del Teatro La Comedia, a dar una conferencia, Juego y teoría del duende, y un recital poético”, contó el periodista Horacio Correas en una reconstrucción de aquella visita publicada en 1961 en el diario La Capital. Y agregó: “El tren rápido de las 12.30 de aquel 22 de diciembre de 1933 depositó a los viajeros sobre el andén de la estación que reemplazó su antiguo nombre de Sunchales por el de Rosario Norte”.

En su edición del sábado 23 de diciembre La Capital anunció: “El ilustre poeta español Lorca a su llegada a Rosario, ayer”. Y completó la información diciendo que “los distinguidos huéspedes fueron recibidos en la estación Rosario Norte por el cónsul de España en esta ciudad, doctor Diéguez Redondo, el presidente del Club Español, señor Víctor Echeverría, otros representantes de entidades españolas y periodistas locales”.

En su libro Lorca, un andaluz en Buenos Aires (1999), el escritor correntino Pablo Medina dedica un capitulo al paso de Federico por Rosario. En el mismo Medina reproduce parte de un trabajo publicado por el periodista, escritor e investigador Raúl Gardelli en la revista Vasto Mundo (Nº 15, junio de 1998).

Allí, Gardelli recuperó las palabras de presentación del ilustre visitante que Pablo Suero pronunció antes de la conferencia en el Teatro Colón, la noche del viernes 22 de diciembre de 1933.

“Esto que yo intento hacer aquí, en breves palabras, no es en modo alguno la presentación de Federico García Lorca, pues si pretendiera hacer esto no faltaría el chusco, fuerte en razones esta vez, que exclamara: «¿Y a usted quién lo presenta?»”, comenzó diciendo Suero, y siguió con el elogio, que le brotaba espontáneamente, ya que era sin dudas un admirador sincero del poeta: “García Lorca no necesita presentaciones. Nuestro pueblo lo conoce tanto como el de su España natal. Rosario ha vibrado con las rudas y hondas cosas de Bodas de Sangre, esta nueva áncora del teatro hispano, también roído por la gracia chocarrera y la deformación profesional, como el nuestro, y a cuyo destartalado barracón ha llevado García Lorca un fuerte y aromado soplo de poesía popular, remozando el sentido trágico del teatro y metiendo en la pulpa tierna de las almas el filo de su emoción”.

Suero se entregó luego al panegírico de la poesía lorquiana y no dudó en llamarlo “el primer poeta de habla castellana de los nuevos tiempos”. “Lo es Federico García Lorca, con su cordialidad tolerante de hombre que está de vuelta y sus ímpetus mozos”, se entusiasmó Suero, para concluir: “Un gran corazón lleno de bondad, de música y de imágenes. Pero también de un gran pensamiento alerta. Vamos Federico, busca tu duende”.

Tras la presentación de Suero, Federico pronunció su conferencia, a la que siguió una lectura de poemas del Romancero gitano. Cuenta Gardelli en su artículo que “alguna entusiasta oyente” le alcanzó el libro “ante su confesión de que no los sabía de memoria”.

“El recién estrenado verano se hacía sentir en la sala –señala Gardelli–. Pese a ello, el disertante se ocupó de uno de sus temas predilectos, Teoría y juego del duende (El enigma del habla española, había subtitulado), y habló como si se estuviera viviendo la más agradable de las primaveras”

En Rosario, Federico se hizo tiempo además para buscar a Máximo Delgado García, quien había sido novio de una de sus primas preferidas, Clotilde García Picossi.

Durante su estadía en Rosario, en la que Federico se dejó cuidar por su “ángel guardián”, Suero, asistieron a comidas, una de ellas oficial, que le ofrecieron los miembros de la colectividad española en el ya desaparecido restaurante Cifré, sin contar las recepciones y otras invitaciones que llegaban a través del consulado de España. “Ya de madrugada –relata Gardelli– noctívagos en la ciudad nada nocturna, habrá sido para Federico el gozo de andar calles no conocidas. Sentir el soplo en la plaza vecina al puerto, donde quizás se oía el murmullo de algún canto marinero; íntima plaza, propicia como era por las tardes moribundas a la efusión de las parejas y el diálogo amistoso, donde hoy está el Monumento a la Bandera”. Y agrega una anécdota: “Vanzo me lo contó una noche, en un bar con algo de bodegón. García Lorca, que venía del Guadalquivir («Guadalquivir, alta torre/y viento en los naranjales»), su río grande, Guadalquivir es río grande en árabe, y que muy poco estaría enterado de nuestra geografía, miró con asombro el Paraná caudal y exclamó: «¿Tenéis un río?» De inmediato, viendo la verja que impedía a la gente aproximarse a él, preguntó: «¿Por qué lo habéis encerrado?»”.

En tanto, la proximidad de la Nochebuena acortaba la permanencia de los viajeros en Rosario y desde Buenos Aires los empresarios urgían el inmediato retorno. Así, tras un breve descanso en un hotel céntrico, asisten a un almuerzo en el Cifré con los amigos rosarinos. Tras la sobremesa, pasaron a la sala de música del Club Español donde Federico “sentóse al piano y ejecutó un picaresco himno de estudiantes irreverentes sobre Cervantes, cuya letra cantó con su ronca voz campesina”.

Más tarde, llegó la hora de la despedida en las estación Rosario Norte: Pablo y Federico, acompañados por todos los nuevos amigos rosarinos, tomaron el tren de regreso a Capital Federal. “De pie sobre el estribo del vagón que lo devolvía a Buenos Aires, el poeta mostró ampliamente su sonrisa iluminada, esa sonrisa fresca y pura”. La del poeta que la mano asesina arrancó del mundo antes de tiempo, hace 80 años. El mismo poeta que alguna vez confesó: “Escribo para que me quieran”.

Alba
(Federico García Lorca)

Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.

¡Qué haré yo sobre estos campos
Cogiendo nidos y ramas
Rodeado de la aurora
Y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
En aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
Como una estrella apagada.

Despedida
(Federico García Lorca)

Si muero,
dejad el balcón abierto.

El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo).

El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento).

¡Si muero,
dejad el balcón abierto!
Leer más poemas de Federico en:
http://www.poemas-del-alma.com/federico-garcia-lorca.htm

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